Alejandra Flores, Periodista Cultural, edita
actualmente http://www.agendalibre.com.mx/wp/
Jaime
Villegas desliza el carbón sobre la blancura del papel como si tocase un
instrumento. Posee su mano, en sincronía con la mirada, facultades sonoras que
descubrirá el espectador al contemplar las imágenes.
Son
sus dibujos, instantes robados al tiempo en la fuerza de un trazo, en la
sutileza con que se difumina el pastel gracias a la caricia de sus dedos.
Registro, testimonio, ecos, resonancias, la obra de Jaime tiene el privilegio
de vibrar en el espectador no sólo por la calidad de su propuesta plástica,
sino por ser, cada una de sus innumerables realizaciones, un concierto de
imágenes que cuentan, en detalles, la reciente historia del jazz en Cancún.
Cinco
años de dibujos, cinco años de festivales, cinco años de sensibilidad,
cadencia, erotismo, fascinación. Cinco años de tejer a la luz de su obra, una
amplia, sutil y silenciosa entramada de amigos, recortados y recobrados a la
vida durante el brillante filo de la medianoche.
Los
pequeños ojos de Jaime Villegas acechan desde la penumbra. Armado con su ya
inseparable tabla de trabajo, su papel, carbones y pasteles, espera que un
detalle se convierta en su primer apunte: un rostro, un perfil, una silueta, un
juego de sombras. Cuando menos se lo espera está dando ya los últimos toques a
un plano general, quizá venga después un cambio de perspectiva y entonces el
primer retrato de la jornada, el primer acercamiento a los secretos de un
músico que toca el sax, el piano, la batería, el bajo, la guitarra, las
percusiones, el trombón, la flauta transversal... el violín.
Hay
tiempo para otro apunte, su mano caliente desnuda en el papel, el cuerpo de una
fiesta hecha de emotivas notas, de impactantes voces, de calladas presencias
que contemplan el espectáculo y que al final, habrán de romper su silencio con
la contundencia del aplauso. Jaime Villegas es de fuego y aire. Sus pasos
terrenales le hacen caminar en solitario por la vida y conjugar sus
conocimientos de arquitectura con su oficio de pintor.
Quienes
le conocen cercanamente, saben que Jaime es un hombre de pocas palabras, de
amplia sonrisa, andar ligero y cálido abrazo. Las mujeres saben de sus besos
breves, de su inquietante y respetuosa mirada, de sus manos dispuestas a hojear
una y otra vez sus dibujos nuevos. Ofrece en prenda un instante de su alma, a
quienes se acercan para conocer los resultados gráficos de una celebrada noche
de Jazz en donde no faltan las nostalgias, las cadencias, la fuerza energética,
enigmática, mística, de un ritmo que late en las venas de la memoria.
Silente
testigo del ejemplar movimiento organizativo y musical que debió alcanzarse en
Cancún para mantener con vida un festival condenado a muerte por las instancias
gubernamentales, Jaime Villegas registra en su obra el poder creador de
quienes, generosos, se dieron el lujo de unir talentos para regalar a Cancún
una fiesta que dejó de ser institucional para convertirse en uno de los más
importantes legados que la comunidad artística le hace al destino.
No,
no es Jaime Villegas el protagonista de la publicación que tiene en sus manos,
es el Jazz, el Jazz en Cancún, esa estimulante y permanente presencia que
sedujo al creador y le convirtió en instrumento para contar su historia.
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